Capítulo Uno
EL FONDO FILOSOFICO
1. La Noble Primogenitura del Hombre
A juzgar por el rumbo que llevan los acontecimientos actuales y teniendo en cuenta las profundas corrientes subterráneas de pensamiento religioso, científico y filosófico, este escritor es de la opinión de que dentro de tres siglos, a partir de hoy, la Ciencia de los Maestros prevalecerá en el mundo entero. Ciertamente no será aceptada por todos, ni siquiera por una mayoría, pero constituirá la corriente de pensamiento predominante y será reconocida, en general, como el Rey de las Ciencias. Para entonces se adoptará una regla más alta de conducta ética en todas partes, como una reacción saludable al presente caos de normas y moralidad. Esto se producirá gracias a un aumento de la sabiduría y la iluminación de la conciencia. En ese momento, lo mejor de todos los sistemas de religión y filosofía se separará de lo inútil, como el trigo se separa de la paja, y se establecerá un nuevo orden, sobre una base de demostración racional y científica. Como la flor y la fruta glorifican a la planta, sobre esta nueva base intelectual, ética y social tendrá lugar una gran evolución espiritual. Esta vivificación no será causada por el nuevo orden social, sino que llegará a ser, por sí misma, la fuente principal del nuevo orden. La espiritualidad no es el fruto o la flor de la ética ni la reconstrucción social, pero una ética sana y un orden social justo son muy buen terreno para que surja la espiritualidad, cuando se vitaliza con el rocío del agua viva. La función de los Maestros y su ciencia espiritual' será proporcionar ese agua viva, conectando a los hombres con la Corriente del Sonido de la vida.
2. El Primer Deber del Hombre: Conocerse a Sí Mismo
Era, por tanto, extremadamente apropiado que los sabios de la antigüedad señalaran el primer y esencial deber del hombre. Los filósofos griegos dijeron en concreto: “Adora a los dioses, si así lo quieres, pero tu primer deber es averiguar quién y qué eres tu mismo. Y escribieron sobre las puertas de sus templos: “Gnothe Seauton”, -Conócete a TI Mismo-.
Éste es, hoy en día, el primer mandamiento de los Maestros modernos. Sin embargo, conocerse a sí mismo, con el significado que le han dado a esa frase los grandes Maestros, es muy diferente del significado que le dan los modernos sicólogos. Este hecho se hará evidente para el lector al ir avanzando en este libro. Mientras que el hombre solo crea que únicamente es una criatura de la tierra que es un simple gusano de la tierra, limitado y atado a lo físico, continuará siéndolo. Pero está limitado y atado solo porque él ha querido quedarse así. Cuando un hombre logra ver tan solo un destello de lo que es realmente ahora y sobre todo lo que puede llegar a ser con un poco de esfuerzo, ese conocimiento le proporcionará la mayor inspiración posible.
El hombre está extremadamente orgulloso de sus logros intelectuales y, ciertamente, son considerables. Pero en el cerebro del hombre yace latente una capacidad un millón de veces más potente que la que utiliza actualmente. Los grandes científicos sostienen ahora que el hombre común de hoy en día usa solamente una fracción de las células de su cerebro. Esto es asombroso.
¿Para qué fueron puestas ahí esas células? ¿Qué sucedería y qué no podría hacer un hombre si se diera cuenta de sus posibilidades y empezara a usar su cerebro a toda capacidad? ¿Quién puede imaginar ese despertar? Realmente, el hombre verdadero no ha llegado todavía.
Si tomáramos nota solo de algunos de los avances de la moderna inteligencia durante el último medio siglo, podríamos comenzar a vislumbrar las posibilidades humanas. Nos asombra descubrir los cambios gigantescos y revolucionarios de la tierra escondidos en rocas subterráneas, que nos muestran los registros. Pero un fenómeno mucho más asombroso se presenta al estudiante cuando toma nota de los sucesos durante su propia vida, comprobando que han tenido lugar cambios más grandes durante el último medio siglo en la vida diaria del hombre que en todos los siglos anteriores, desde la venida de Cristo. El progreso ya no camina: vuela. Viaja a trescientas o cuatrocientas millas por hora y pronto excederá esa velocidad. No obstante, todos los modernos logros del hombre en ciencia e inventos, con el control del mundo mismo y de las fuerzas de la Naturaleza, son nada al lado de lo que podrá hacer cuando se haga consciente de su herencia. Las conquistas de la mente, por más gigantescas que parezcan, son un juego de niños comparadas con el posible triunfo del alma liberada. Si cada cerebro del mundo trabajara a toda su capacidad, los logros del intelecto no serían nada en comparación con lo que puede conseguirse con mente y alma actuando juntas, a la plena luz de la iluminación espiritual. Cuando el hombre haya sometido sus pasiones y situado su mente bajo el control del espíritu, cuando se yerga el alma sin cadenas ni obstáculo que la ofusque, entonces, y solamente entonces, tendrá idea de su glorioso derecho de primogenitura.
El mundo ha mirado siempre los milagros con un santo temor. Pero para el hombre de evolución superior, el Maestro, los milagros son juego de niños: como para un chiquillo hacer burbujas de jabón. El verdadero Maestro puede manipular las fuerzas de la Naturaleza, como un mecánico maneja las palancas de su máquina. Es amo de esas fuerzas y deben obedecerle. Ya no es el hombre impotente que va a la deriva en el vórtice de la Naturaleza. ¡Cómo ha caído el hombre común desde su alta posición! ¡Qué lastimoso su estado! Doblado como una espiga con cada brisa que sopla, es presa de toda criatura hostil que se cruza en su camino, víctima de la pobreza, la enfermedad, la aflicción, la muerte. ¡No sabe que es un Dios cubierto de harapos! Es el amo del universo y pordiosea un mendrugo de pan. Es un rey que se postra ante sus propios siervos. Un prisionero emparedado por su propia ignorancia. ¿Podrá ser libre? Solamente tiene que salir de la prisión que él mismo se construyó:
“Nada te detiene sino tú mismo”, dice el noble Buda.
3. El Nuevo Orden Social
La ciencia es la nota predominante en este siglo del intelecto. La ciencia es el magnum opus de esta era. Casi puede decirse que es la costumbre de esta época. Está de moda. Las ciencias prácticas o aplicadas se popularizan cada día más. Los hombres acuden más y más a la ciencia en busca de la solución a todos sus problemas materiales. Hace algo más de trescientos años que Sir Nicholas Bacon dio a la ciencia moderna su hijo primogénito, en los tiempos de la Reina Isabel, cuando Inglaterra estaba en el zénit de su grandeza. Cuando ese hijo, Fracis Bacon, se convirtió en Lord Canciller, ya era reconocido como filósofo. En él se encamó tempranamente así la síntesis del pensamiento mundial. Sentó entonces los cimientos de la ciencia moderna.
4. Un Gran Despertar Espiritual
Para el estudiante dotado de discernimiento es evidente el movimiento general de avance de la iluminación del mundo. El hecho de que, junto con la educación científica, hay una corriente paralela de despertar espiritual. El estudiante debe mirar con más profundidad para verlo. No está en la superficie, como la ola científica, y no ha afectado a tanta gente como la otra. Pero hoy en día es una fuerza tremenda en el mundo. Hubo un tiempo en que el Darwinismo amenazó con barrer toda la filosofía, arrojándola a la turbia corriente de la biología animal. Los hombres estaban a punto de pasar por alto el hecho de la existencia del alma. Pero, una vez más, esa luz, que no pudo eclipsar mucho tiempo ninguna especulación superficial, ha emergido de la niebla y ahora se ha hecho cada día más brillante. El materialismo no se sienta ya en el trono.
Cuando Henry Bergson saltó a la arena del pensamiento moderno, en ese momento realizó algo que aplastó la teoría mecánica del universo e hizo ver el mundo como un todo complejo, latiendo con luz y vida. “La Evolución Creativa” era, para él, no un universo ordenado que se desarrollaba, fuera del caos, por los impulsos ciegos de la fuerza física, sino algo que tenía vida y belleza y, sobre todo, algo que tenía alma. La vida es algo más que una pieza mecánica arrojada y unida fortuitamente por fuerzas ciegas. La vida no es solo protoplasma, que se activa por ósmosis química y reacciones eléctricas. La duración de la vida de un organismo depende de algo más que de una casual acumulación de células unidas por selección natural y sostenidas juntas por la supervivencia del más apto. Bergson se avergonzaba de que pensaran que el hombre fuera una máquina. Y Bergson se aventuró a esperar que la vida pudiera trasponer los límites mortales. No pueden ponerse barreras hacia la marcha de la vida. Declara que el ejército en pleno de la vida se mueve hacia un importante logro y, en última instancia, podría abatir la resistencia y despejar los más grandes obstáculos, quizás hasta la misma muerte.
Bergson se acerca a la cuestión de este libro cuando dice:
“Explorar las más sagradas profundidades del inconsciente será la principal tarea de la sicología que ahora comienza. No dudo que le aguarden ahí maravillosos descubrimientos”. Si la sicología de occidente prestara oídos a los Maestros Orientales, no tardaría mucho en hacer los descubrimientos presagiados por Bergson.
Los pensadores han planteado dos puntos de vista radicalmente opuestos en la ciencia biológica. Son el Vitalismo y el Mecanismo. El Vitalismo presupone como causa de la vida que ésta entra en la materia desde un plano de existencia por encima de ella. El Profesor H.H. Newman, de la Universidad de Chicago, piensa que el punto de vista vitalista está en oposición con la hipótesis que ha conducido a todo logro científico. Pero nosotros dudamos que sea verdad, por mucho que el buen profesor pueda creerlo así. Todo lo que el científico necesita asumir es el orden de la Naturaleza y la universalidad de las leyes que operan en el mundo de la materia. Esta determinación no se opone, de ningún modo, a la hipótesis vitalista. El científico puede entonces proceder con seguridad. Pero la causa última de las manifestaciones biológicas es ya una cuestión por completo diferente. Podemos asumir que la electricidad actúa de acuerdo con un conjunto de leyes fijas, -ningún científico lo pondrá en duda-,pero la causa o procedencia de la energía eléctrica queda todavía como un problema no resuelto por las ciencias físicas. Y lo mismo ocurre con respecto a la procedencia de la vida misma. Como la electricidad, vemos también el maravilloso despliegue de actividad de la vida, pero la ciencia física no puede vanagloriarse de poder decir de dónde viene y a dónde va. A la ciencia le queda aún por descubrir la procedencia tanto de la electricidad como de la Vida. ¿Por qué? Porque la ciencia física todavía no posee los medios para seguir a ninguna de ellas hasta su origen último. Sin embargo, los Maestros tienen tales medios.
La dificultad estriba en que los que abogan por la teoría vitalista han asumido la existencia de una fuerza “desconocida e incognoscible”, a la cual atribuyen el fenómeno de la vida. Ésta ha sido una debilidad que les ha privado de toda oportunidad de establecer su propia teoría en un pensamiento racional. Si esta fuerza sutil fuera realmente desconocida e incognoscible, entonces no podríamos culpar al científico materialista por sus teorías mecánicas. Una teoría es tan buena como la otra. O tan mala. Subsiste el hecho de que la posición de los científicos físicos no está comprobada, ni tampoco reclaman ellos que pueda probarse. Simplemente lo asumen y luego creen que es poco científico y poco digno de ellos reconocer la existencia de cualquier fuerza que no pueda ser demostrada en sus laboratorios. Y no podemos culparlos por esta actitud. Hasta que conozcan algo de la ciencia de los Maestros, su hipótesis es, sin duda, la más racional. Pero los Maestros no están tan limitados como los físicos. Su ciencia es más inclusiva. A diferencia de todos aquéllos que sostienen la hipótesis vitalista, los Maestros no asumen la existencia de una fuerza desconocida e incognoscible que hace surgir el fenómeno de la vida. No asumen nada. Para ellos no es simplemente una hipótesis. Tratan con fuerzas que conocen. Y los Maestros saben que la vida se debe a fuerzas extrañas a la materia, y saben que los fenómenos biológicos no se manifiestan como resultado de las leyes conocidas de la materia y la energía. Por el contrario, estos fenómenos existen como resultado directo de la acción intermedia de sustancias o fuerzas extremadamente sutiles, que la ciencia todavía no ha demostrado. Estas fuerzas son, de hecho, las formas de materia más refinadas, las cuales no han sido contrastadas hasta la fecha en los laboratorios de física.
Por supuesto, todavía es desconocido para la física que mente y espíritu desempeñan un papel vital en cada una de las manifestaciones de la vida en este planeta. Pero es bien sabido por los Maestros. La física no está en posición de negar este hecho tan perfectamente conocido por los Maestros. Estos pueden entrar en los más profundos sustratos de la Naturaleza; pueden ver el movimiento interno de todas las leyes y procesos. No hay una sola hoja de hierba, ni un insecto, ni un animal, que esté absolutamente privado de mente y espíritu. Aún más, mente y espíritu son las fuerzas que activan toda forma de vida. Sin ellas dos, ningún ser viviente podría sobrevivir ni un instante. Cuando la materia se vivifica con mente y espíritu, que penetran y generan vida en todo, armonizándose con ello, empieza a manifestarse el fenómeno de la vida. Cuando mente y espíritu se retiran, la vida cesa inmediatamente y comienza la desintegración.
Todo lo que sabe la física es que la vida se manifiesta de diferentes maneras. Sigue ciertas leyes bien confirmadas. Los científicos ni siquiera tratan de averiguar las causas fundamentales de la vida. Al tener acceso a los planos más altos del ser, donde pueden ver los fenómenos de la mente y del espíritu, solo los Maestros saben que, sin mente y espíritu, no puede manifestarse ninguna vida en este plano físico ni en ningún otro donde la materia sea factor de tal manifestación. En realidad, ningún físico puede probar que no sea así. Simplemente, se ven obligados a decir que no saben nada de ello. Luego, para sostener su debilitado prestigio, aseguran ingenuamente que no es posible que pueda saberlo nadie. Les es odioso aceptar la suposición de que mente y espíritu animan la Naturaleza. Pero ésta no es una conjetura de los Maestros. Como dije anteriormente, lo saben. Es tan poco científico asegurar que las leyes mecánicas de la materia y la energía pueden producir vida, como asegurar que no pueden hacerlo. Tampoco puede demostrarlo el físico actuando solo. Por consiguiente, una conjetura es tan buena como la otra; incluso desde el punto de vista del teólogo que pretende que la vida la produce una fuerza desconocida e incognoscible. Pero, como se dijo antes, los Maestros no conjeturan nada. Hablan con pleno conocimiento de causa y saben que todos los fenómenos biológicos en el plano físico de la vida se deben al juego común de mente y espíritu, actuando sobre la materia. Los Maestros saben lo que los más antiguos y renombrados científicos han considerado siempre ley fundamental de la biogénesis.
Nuestros maestros de laboratorio no deben seguir tratando de comprimir el universo en un tubo de ensayo. No es posible. El espíritu está fuera, a la luz del día, y debe ser oído. Al mismo tiempo, no debe preocuparnos que la ciencia entierre a la religión. No tenemos que unirnos a Rousseau en un esfuerzo de torcer el pensamiento científico, por miedo a que pueda arrebatarnos nuestro Dios preferido. Si quieren llevarse al dios, que lo hagan. Solo es un muñeco de trapo. No necesitamos hacer a un lado las demandas de la ciencia para entronizar religión e intuición. Ciencia y religión no son ya enemigas. Verdaderamente, se acerca el momento, y es ahora mismo, en que esos dos ángeles de luz coincidirán en mística unión, y luego se verá que no son enemigos. Ni siquiera amigos, sino que son una misma cosa. Y amanecerá la nueva era, la Edad de Oro. Esa será la Edad de la Razón de la que habla Thomas Payne. La edad de la superciencia, el período del súper-genio, la llegada del súper-hombre; el hombre que ha realizado su verdadera herencia.
Así como la sicología de James y otros nunca puede reducir la mente al nivel de células cerebrales y ganglios nerviosos que “segregan pensamiento, como el hígado segrega bilis”, tampoco los hechos establecidos de la ciencia pueden desplazar al espíritu del hombre o del universo. Lo máximo que pueden decir es que no saben nada de ello. La ciencia se verá obligada a reconocer finalmente que el espíritu es la fuerza suprema de la Naturaleza y la chispa inmortal del hombre. Cuando la ciencia se vitalice con el espíritu, habrá despuntado la era de la verdadera ciencia. Pero actualmente la ciencia no tiene modo de demostrar este hecho fundamental de la Naturaleza y no podemos culparla por sus limitaciones. Podríamos sugerir únicamente que evite dogmatismos, hasta el día en que se ilumine. Las dos corrientes van juntas ahora y, mientras los hombres avanzan en conocimientos científicos, unos cuantos comienzan a buscar la solución a los problemas espirituales y religiosos por métodos igualmente científicos. Cuando los pensadores del mundo adopten tal método en religión, tanto la ciencia como la religión experimentarán un renacimiento. Entonces se verá que toda verdad es una, constituyendo sus aspectos solo partes del mismo Ser Radiante. Y esto es exactamente lo que la Sabiduría Oriental está tratando de sacar a la luz. Al igual que Francis Bacon arrojó al cielo la antorcha de la ciencia y reunió alrededor de su resplandeciente luz a todo el pensamiento de Europa, el método científico de los Maestros Espirituales ofrece ahora al mundo un sistema que permitirá entrar a todos los hombres en el dominio del conocimiento expuesto por la religión, tan exacto como el de la química o la biología. Cuando los maestros en ciencias físicas estén paralelamente calificados como Maestros espirituales, se habrá abierto la era de la ciencia pura. Todos los Maestros espirituales son también Maestros en ciencias físicas, pero hasta el momento han sido muy pocos en número y su propio trabajo muy apremiante. Además, su misión no es enseñar física. Creemos, sin embargo, que deberá llegar el tiempo en que la dimensión espiritual de la realidad será considerada unánimemente como la parte más esencial del curriculum que deberá cursar el estudiante que aspire a ser considerado un verdadero científico.
El nuevo orden social se establecerá sobre esta nueva base. La cultura del alma, de la mente y de la física, trabajando mano a mano, producirán el hombre culto. Sin ellas, ningún hombre puede pretender una cultura genuina. Debe haber una reafirmación de bases culturales. Los ideales políticos y sociales están cambiando; aun las normas de la ética no se corresponden con las de hace medio siglo. Esto ha hecho temblar a muchas buenas personas, por miedo a que el futuro sea testigo del naufragio total de la civilización. No tienen por qué preocuparse. Del pasado que muere brotará un futuro más brillante, enriquecido con la ciencia espiritualizada.
Los días de la demagogia política están contados, incluso en Norteamérica. El ideal de todo soñador, desde los tiempos de Platón hasta los últimos estudiantes de escuelas de segunda enseñanza, ha sido establecer la utopía social sobre la base de la ciencia natural. Moore y Platón reflejaron solamente lo que está en el sustrato de todo cerebro pensador, es decir, que ningún orden social ideal puede establecerse hasta que la ciencia sea base de gobierno. Y esto solo puede tener lugar cuando los políticos y los traficantes de dinero sean arrojados de los despachos y las riendas del gobierno se pongan en manos de eminentes hombres de ciencia. Pero aun eso no es totalmente seguro y firme como política activa.
Hombres con talento, con preparación científica, expertos en todas las ramas de la ciencia, cada uno de ellos hábil y altamente especializado en su propia disciplina, deben ser también moralmente rectos, es decir, deben poner de manifiesto alma e intelecto. Y esto será un hecho consumado tan pronto como la religión se asiente sobre una base científica, no antes. Eso significará un desarrollo completo de nuestros especialistas. Cuando llegue ese feliz día, los aspirantes a puestos de gobierno tendrán primero que demostrar que los guía, en todos los puntos esenciales, una conciencia iluminada, inspirada en un amor sin egoísmos. Después de eso, deberán calificarse para las diversas áreas de la ciencia. Un gobierno con esta clase de expertos, llámese oligarquía o como se quiera, constituirá el primer gobierno civilizado de la historia.
5. No Se Conoce Ningún Gobierno Democrático
Se ha hablado y escrito mucho acerca de la democracia. Supongo que muchos norteamericanos creen apasionadamente que viven bajo una forma democrática de gobierno. Pero solo es una ilusión acariciada, un cuento de hadas para niños. Puede ser adecuado para oradores del 4 de julio o para aspirantes a algún puesto, pero no es más que una ilusión. Parece real solo porque hombres y mujeres votan a sus favoritos. No hay un gobierno realmente democrático en el mundo y nunca lo ha habido. No hay sino una oligarquía y, en su mayor parte, es una oligarquía de opulencia. Ni siquiera es una oligarquía de cultura, lo que sería infinitamente mejor. Los votantes son sencillamente manipulados. Unos cuantos hombres gobiernan la nación. Las masas se mueven como borregos y hacen lo que se les dice. ¿Puede imaginarse que cien millones de personas vayan a la guerra por propia elección? Siempre son conducidos o llevados a la guerra por unos cuantos políticos ambiciosos o descarriados. Naturalmente, cuando una nación va a la guerra, los que son atacados tienen que defenderse y ése es el único caso en que la guerra está plenamente justificada. ¿Pero qué origina la agresión? Las cinco pasiones, la ignorancia, la falta de entendimiento de los gobernantes. El verdadero pueblo, la gente común, no está gobernándose a sí misma. Nunca ha existido "un gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", excepto en el noble corazón de Lincoln o de algún otro, como él, amigo del hombre. Lo que realmente tenemos es una oligarquía de "influyentes" y eso generalmente significa "hombres de dinero". Sabemos que es así.
(*) John Dewey: algunos años después de la muerte de Dr. Johnson, se convirtió en un filósofo, educador y científico mundialmente conocido. Un hombre del renacimiento de la era moderna. Es mejor conocido por sus teorías educaciones y su innovador sistema que reformó las librerías del mundo.
verla por completo es tener en mente que el problema total (de toda filosofía e investigación) es una de las manifestaciones de la ciencia y su aplicación a la vida. La filosofía moral regresa a su primer amor: el amor a la sabiduría, que es la protectora del bien".
Capítulo Dos
RESUMEN DE LAS RELIGIONES DEL MUNDO SU SIGNIFICADO Y ANÁLISIS
1. El Lastimoso Estado Espiritual de la Humanidad
No hay duda de que los hombres se inclinan hacia la religión, aunque tengan que inventar una. Voltaire ha dicho que la religión es el consuelo de los débiles. Nietszche lo ha repetido sustancialmente. Sea como sea, los débiles necesitan algún apoyo y yo no les privaría de su religión, aunque supiera perfectamente que se trataba solo de un producto ilusorio. La religión ha constituido un lugar de refugio para millones de personas, que lloran y sufren. Es innegable que son generalmente los infelices los que buscan un remedio para su tristeza, en cualquier religión cercana. ¿Y quién puede culparlos? El que se ahoga se agarra hasta a una paja.
El mundo está lleno de oscuridad, pena y dolor. Este hecho no pudo ocultársele al noble príncipe Siddharta, confinado como estaba en el palacio de su padre, y, cuando lo vio con todos sus horribles detalles saltándole a la vista, se lanzó, lleno de compasión, a buscar un remedio. Cada individuo en el mundo debe buscar el Sendero por sí mismo y caminar por él por su propio pie.
La oscuridad espiritual cubre todo el mundo y los hombres están enfermos de ella. Espiritualmente, y a menudo físicamente, la humanidad entera está enferma, ciega, sorda y muda y cubierta de llagas. El cáncer de la corrupción moral corroe sus entrañas lentamente; ningún hombre escapa por completo.
En verdad, el mundo está perdido. Éste es un término teológico, pero podemos usarlo porque está muy bien aplicado a esta situación. Todo hombre, no solamente está enfermo, sino también perdido en una densa selva, en un bosque enmarañado, sin sendero ni brújula, sin sol y sin estrellas, porque está ciego. Aún más, está sufriendo el peor caso de amnesia que se conoce. No recuerda nada de su hogar de origen o de su herencia. En esta deplorable situación, vaga año tras año. Además de este lastimoso estado espiritual, muchos sufren de padecimientos físicos; tienen el corazón enfermo. Están agotados y desanimados.
Ésta es una imagen de la gran mayoría de la raza humana en diversos grados. ¿No están perdidos? Continúan tambaleándose, generalmente sin esperanza, esforzándose en su fatigoso caminar sin saber hacia dónde van y algunas veces se detienen a orar por el camino. Pero no obtienen respuesta de las rocas ni de los árboles y sus dioses están tan silenciosos como las frías y distantes estrellas. Las noches pasan lentamente y los días traen una fatiga mayor. Lloran pidiendo pan y no encuentran sino piedras. No estamos hablando de unos cuantos afortunados, sino de las masas de pobres e ignorantes. ¿No están perdidos? Aun la mayoría de los ricos y de los bien situados no son felices. Aquí y allá, un individuo aislado ríe, mientras otros buscan alivio en locas pasiones.
Este cuadro no es demasiado sombrío. Si se conoce el mundo como este escritor lo ha observado durante los últimos setenta años, se convendrá en ello. Pero, ¿por qué llamar la atención hacia el lado oscuro de la vida? Para poder señalar el remedio. Casi todos los hombres, además de sus propias dificultades, se ven acosados por todos lados por los cinco enemigos, las pasiones: conducidos a latigazos por ellas, hasta llegar casi a la locura. Esto afecta tanto al rico como al pobre. Cuando lloran pidiendo un poco de paz y consuelo, un momento de alivio, las pasiones se burlan de sus víctimas con una promesa de felicidad o con algo vano, para luego seguir llevándolas a través de largos días y años enloquecedores. Los jóvenes se hacen viejos buscando en vano una luz, una hora de paz. En todas partes hay una constante fiebre de inquietud, una búsqueda que nunca termina, por algo que nunca encuentran. La mayoría de ellos ni siquiera saben lo que andan buscando.
Si algún optimista se siente inclinado a culparme por decir esta verdad, por pintar este cuadro tan negro, que sepa que estoy diagnosticando el caso con una mano, mientras sostengo el remedio con la otra. No soy pesimista, pero tampoco creo que sea inteligente cerrar los ojos ante los hechos palpables. ¿Dónde hay un hombre que pueda decir que es feliz? Si para alguno su carga es un poco más liviana hoy, ¿quién puede asegurarle que mañana no se encuentre de nuevo en la oscuridad más negra? ¿Dónde está el hombre o mujer que pueda pretender ser inmune al pecado y a la pasión? La fuerza moral es casi nula, excepto en el caso de unas cuantas almas superiores. No hay sino un débil brillo de luz espiritual, una luz parpadeante aquí y allá, en la oscuridad universal. El conjunto de la humanidad no tiene ni moral ni espiritualidad. Las masas están realmente enfermas, van tambaleándose por su desigual camino hacia un destino desconocido. No hay libertad, ni siquiera libertad física. ¿Quién puede decir que es amo de su propio cuerpo? La raza humana entera es de esclavos forzados. Realmente, la situación de la humanidad es deplorable. Los hombres van luchando por el mundo con una fiebre de inquietud, clamando siempre por algo que no saben qué es. Ante ello, unos cuantos se vuelven hacia la religión en busca de consuelo. Si un hombre alcanza cierta preeminencia en algunas virtudes, le apresan una o varias de las atormentadoras pasiones y le arrastran una vez más hacia abajo, hacia el nivel común. Si no es así, está siempre temblando al margen del colapso. No hay descanso; desde la juventud a la vejez, las preocupaciones y ansiedades se multiplican, mientras el ángel de la muerte, siempre erguido en la sombra, espera el día y la hora. No hay seguridad. La riqueza, la salud, el poder, los placeres momentáneos, pasan como un relámpago y se van. ¿Felicidad? ¿Dónde está? ¿Quién puede decir que nunca haya tenido ninguna pena o preocupación? Y, por fin, el hombre se enfrenta a lo oscuro desconocido, ante lo cual se estremece y asombra. La muerte lo siega con su guadaña y la noche cae sobre él, fundido con su polvo original.
Lo mejor que ofrece la vida son unas cuantas sensaciones agradables, un breve delirio de poder, un loco momento de pasión. Luego viene el silencio solitario, el largo silencio durante el cual ninguna voz de consuelo llega hasta los que se han quedado atrás. Con razón, al verse en este estado, dirigen sus miradas a la religión. No es sorprendente que muchas almas desoladas, buscando paz mental y luz espiritual, huyan a un convento o a alguna cueva del bosque. Eso es mejor que suicidarse. La religión es una buena anestesia para las tristes penas de la vida, pero ¿quién puede decir que cure la enfermedad?
Presionados por males comunes, la gran mayoría busca uno de los tres puntos de refugio: o elevan el canto fúnebre del pesimismo o se abalanzan al loco torbellino de la algarabía de las bacanales, o adoptan una religión. De los tres, el último es indudablemente el mejor. No hace ningún bien sentarse a llorar, ni quejarse y compadecerse de sí mismo o echar la culpa a los demás. Aun peor es suicidarse. “Más vale malo conocido que bueno por conocer”. Es inútil predicar pesimismo a la gente que tiene sano el hígado o un buen estómago. Simplemente no lo aceptan. Un hígado entorpecido o un intestino estreñido ha conducido a mucha gente a buscar alivio en la religión o a odiar a su prójimo.
Si un hombre se arroja al torbellino de las pasiones, emerge con la bancarrota mirándole cara a cara. Siempre se encuentra con la demanda inflexible: “Sírvase pagar”. Cada beso tiene su precio. Cada placer lleva la cuenta incluida y, tarde o temprano, se verá obligado a pagar... ¡pagar! ¡pagar!. Observamos la comedia que se está representando. Perseguimos un espejismo. Finalmente, el alma desilusionada sale en busca de la Realidad. Está muy cansada del fingimiento, de la falsedad. Pero ¿dónde encontrar la Realidad? Frecuentemente da vueltas, como la paloma de Noé, y vuelve a casa por no haber encontrado en todo el mundo un lugar donde reposar. No encuentra sino basura y olas turbulentas. Por último, el que busca llega a darse cuenta de la exactitud con que el Maestro pinta al hombre: en medio del océano, en una pequeña embarcación, sacudido y empapado por olas gigantescas, con la muerte inminente mirándolo cara a cara. Esto explica la situación que arrastra la mayor parte de la humanidad. Los hombres más ilustrados sienten algo parecido a lo que experimentó Silenus cuando, habiéndole preguntado el Rey Midas cuál era el mejor destino del hombre, le contestó:
Lastimosa raza de un día; hijos de incidentes y dolores; ¿por qué me fuerzas a decir lo que es mejor callar? Lo mejor de todo es algo imposible de obtener: no haber nacido. El menor de sus males es morir pronto.
Muchas almas valientes se han estremecido al borde del destino ante este panorama. Muchas han regresado voluntariamente a la oscuridad.
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