Cuando llegamos con una
mente abierta a estar en presencia de un Maestro verdadero, uno
encuentra que olas de consuelo flotan hacia nosotros y se siente que
algo elevado surge dentro de nuestro ser. El aura personal del
Maestro tiene un maravilloso efecto. Sus palabras, al estar cargadas
de elevada espiritualidad, penetran en lo más hondo del corazón de
quienes escuchan, y nunca dejan de tener efecto.
Los Hombres-Dios hablan
con una autoridad nacida de la convicción, porque Ellos tienen el
conocimiento directo que proviene de la comunión directa con la
Fuente Original o Causa Universal.
Ellos hablan desde el
punto de vista del alma, a la cual no tiene acceso la erudición
filosófica. Todos los Santos han confirmado esta verdad. Cuanto más
se entregan ustedes a búsquedas literarias, tanto más se pierden en
el yermo del conocimiento teórico. Hay más verdad en la charla del
Maestro de la que pueden mostrar todas las palabras de la erudición
filosófica. Hasta donde se pueda, tenemos que usar todos esos
recursos de la mejor forma posible, pero no perdernos en ellos,
porque: “El razonamiento es la ayuda y
el razonamiento también es el obstáculos”.
Un Maestro Verdadero es
el que bebe por sí mismo el Agua de Vida, y la ofrece también a los
demás, tiene la capacidad de abrir el ojo interno de los aspirantes
para que puedan ver la luz de Dios, y les destapa los oídos internos
para que puedan escuchar la Voz de Dios, -el Principio del Sonido-
que reverbera en toda la Creación.
“En verdad, un Maestro Verdadero aparta el velo del ojo y permite
vislumbrar la verdadera morada”
Además:
“A quien pueda mostrarnos la morada de Dios en el cuerpo,
¡oh!, tómenlo en verdad por un Verdadero Maestro”
“La gloria del Sadh, ni los Vedas pueden comprenderla totalmente”
Gauri M.5
Esto dificulta toda
descripción; por ello, naturalmente, los Santos hacen más hincapié
en la propia experiencia personal. Ellos llegan al punto básico o
central de todas las religiones, partiendo de los dichos de los
Santos de todas las denominaciones. Los Hombres-Dios no se fijan en
las apariencias externas ni en las vestimentas distintivas de las
diversas órdenes, sino que aceptan los verdaderos valores de la
vida.
Ellos no interfieren con
las fes ancestrales que profesan sus discípulos, ni con la forma de
su vida social. Por el contrario, exhortan a que todos permanezcan
en sus grupos sociales y religiosos, aprendan el significado
espiritual de la vida y vivan de acuerdo a él.
No establecen nuevos credos o
nuevas religiones. Quienes buscan la elevación espiritual interna
pueden sacar provecho del Hombre-Dios sin abandonar los credos que
profesan. Pero los Santos no abogan por la idea de buscar una vida
más elevada a través de conocimientos objetivos. Ellos consideran
que el cuerpo humano es el Templo de Dios, e instruyen a sus
discípulos para que Le encuentren ahí practicando la ciencia del
Verbo Sagrado.
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